viernes, 10 de agosto de 2012


TERCER CAPIBLOG

De pequeño…eran los años 50, me llevaron a una escuela que estaba en la esquina de la iglesia de mi pueblo, donde la parte de arriba era para las niñas y la parte de abajo para los niños. Allí es donde se supone que aprendí a leer y a escribir y digo se supone, porque los recuerdos que tengo de aquella escuela son, más que aprender, de cerrar los ojos y pasar miedo, mucho miedo. “La letra con sangre entra…” Algo así decían los habitantes de mi pueblo. O sea que a base de “varazos” o “reglazos” en las manos, aprendíamos el abecedario y alguna que otra combinación de escritura, cuando no se nos habían hinchado las manos de tanto pegarnos el maestro cada vez que nos equivocábamos. Un dolor de escuela infantil. Una vez, vimos con horror, como un compañero se hacía pipí encima porque sabía que se había equivocado en lo que estaba explicando y ya imaginaba lo que venía a continuación….Años para olvidar.

Más tarde, tendría yo unos casi ocho años, mis padres me llevaron, también allí en mi pueblo, a otra escuela, o sea que me cambiaron de sitio debido a lo que contábamos cada uno de nosotros a nuestros respectivos padres. Y fui a parar a un colegio donde la maestra, que luego al paso de los años se ha sabido que no era maestra, todas las mañanas, absolutamente todas las mañanas, nos hacía cantar, mano en alto y estirada, el cara al sol. Lo tuvimos que aprender, sino, esta señora no te daba con la regla, a esta le gustaba darte con la mano abierta en la cabeza o donde te pillara un soberbio y solemne “pescozón”. Pero la verdad es que allí fue donde aprendí a leer y escribir correctamente. El ambiente era mejor, salvo los pescozones que dolían como ellos solos. Yo preguntaba en mi casa que a qué se refería esa canción y mis buenos padres me decían:…”hijo…a cosas que ahora no entiendes…después lo sabrás”. O sea que entre varazos, reglazos y pescozones del copetín, salí de esos dos colegios con algo de aprendizaje y unas ganas locas de llorar por el miedo que pasé. Sólo tenía ganas de abrazar a mi papá y a mi mamá; salía tan asustado que necesitaba cobijo de padres y hermanos. Siempre aprovechaba la ocasión para dar besos y abrazos, cosa que en la actualidad me sigue pasando; dicen mis “amigos” o “conocidos” que soy, actualmente, “muy pulpo”, porque me sigue encantando tocar, rozar y ser cariñoso. Así que diréis: ¿ Falta de cariño? ¿ Miedo?.... no sé pero… sigo necesitando afecto a diario y han pasado ya 50 años, los mismos en que se desarrolla el relato, total y absolutamente verídico que os acabo de relatar.

Hay una anécdota que a mí me parece muy tierna. Me contaba mi bella madre que tenía casi los tres años y todavía le decía a ella:…”mamá una miajica a malas penas”… Me refería a que me diera el pecho y ella, con toda la paciencia del mundo y sabiendo que nada salía ya de sus glándulas mamarias, pues me cogia en brazos, me pegaba a su pecho y yo hacía como que estaba mamando.

Claro está que esto me lo contaba mi madre e incluso mi hermana porque como comprendereis no recuerdo bien estas hazañas bélicas de niño ansioso de leche materna.

1 comentario:

  1. Era época de pasar miedo en el colegio. A nosotros algunos profesores nos pegaban con la mano abierta en la cara o nos levantaban en peso tirándonos de las patillas. Algunos compañeros también nos hacian algunas crueldades para divertirse.

    ResponderEliminar